Me describí bastante en las entradas que hice hace un año, y si tuviera que hacerlas de nuevo, serían muy similares.
En principio quería hacer una entrada relatando el viaje a Edimburgo, pero como me voy tanto por las ramas, apenas estoy empezando y ya es larguísimo. Por ello, he decidido relatarlo con detalle en la autobiografía y hacer un resumen aquí sobre las cosas fundamentales.
Este era el primer viaje que hacía totalmente solo, aspecto a tener en cuenta especialmente si se trata de un país extranjero. Y así es como me sentía los primeros días, más solo que la una (ya que los pocos españoles que había me dejaban de lado). Si me cuesta entablar contacto con la gente de mi mismo idioma, me cuesta más aún si se trata de extranjeros. Los únicos ratos de alivio era el tiempo que podía estar en casa hablando por whatsapp con mis amigos en España, a más de 3000 km de allí. Si todo el viaje iba a ser así, ya tenía bastante claro que no iba a volver a repetir nada parecido.
Sin embargo, mi suerte empezó a cambiar el viernes de la primera semana, cuando tuve la suerte de coincidir en el autobús con Francesca, una de las italianas que iba a mi clase. Estuvimos hablando durante la media hora que duraba el trayecto hasta la escuela. Ella y su hermana gemela Martina vivían en Roma, y habían venido junto a Iacopo, otro chico italiano. Por lo que tenía entendido, al resto de italianos ya los habían conocido allí. Me contó cosas que hacían en grupo por las tardes (a las que yo no asistía). Después, le comenté mi situación desde que llegué a Edimburgo días antes, y se compadeció de mí. me dijo que si quería podía ir con ellos comer ese día, y acepté encantado. Así empezamos a hacernos amigos. Más tarde, estuve pensando la tremenda e increíble casualidad de que había ocurrido en un autobús, lo que me trae recuerdos un tanto similares.
Les llevé a un sitio de fish and chips donde yo ya había comido. En ese rato me hice amigo también de Martina, Iacopo e Irene. Martina llevaba ya tiempo estudiando español, y hablaba con ella en español la mayor parte del tiempo. Con Iacopo lo hice sobre todo al principio, pero luego hablábamos casi siempre en inglés. Todos eran muy simpáticos, tuve mucha suerte al haber podido juntarme con ellos. Y tanto que tuve suerte, porque ese era el último día que Francesca iba a utilizar el mismo autobús que yo, el 37, para ir y venir de su casa.
Tengo bastantes recuerdos puntuales almacenados en mi memoria: los ratos en el parque de Prince Street, cuando fuimos a probar la danza escocesa, el monumento de Walter Scott, cuando fuimos de viaje una parte del grupo a ver el muro de Adriano, la visita al museo de Edimburgo, cuando tratábamos de encontrar la entrada a un parque que había a la orilla de un río... Todos buenos y divertidos recuerdos.
Al final del viaje, era con las hermanas Iacoboni (Martina y Francesca, pero sobre todo con Martina) con quien más me relacioné. Y es que esa situación me trae unos recuerdos muy muy similares, además de que Francesca me recordaba por sus gestos y su forma de ser a una amiga mía.
Disfruté mucho con la compañía de los italianos. Gracias a ellos no sufrí las consecuencias de la soledad durante todo el viaje, además que mejores compañeros que ellos estoy seguro de que no habría encontrado.
Yo defiendo que una gran amistad puede consolidarse en poco tiempo, y me ha pasado varias veces y nunca con consecuencias negativas. En efecto, mi amistad con Francesca y Martina fue grande, tanto que un día que me quedé solo con Francesca recorriendo medio Edimburgo para encontrar la parada de su autobús, le hablé de la autobiografía que estaba escribiendo. Sobre ella tan sólo saben mis amigos más cercanos en España. Me dijo que debía tener mucho tiempo libre para eso, ya que era algo que requería de muchas horas. Se sorprendió bastante cuando se lo conté; no es algo que haga todo el mundo ni mucho menos. De hecho, yo no conozco a nadie, aparte de mí, que esté relatando su propia biografía.
Lo peor de todo, como no podía ser de otra manera. Fue una despedida rápida, ya que tanto ellos como yo íbamos a perder el autobús porque apuramos hasta el último momento. No sé cuándo les volveré a ver, pero ojalá sea pronto. Ya nada más subirme al autobús los estaba echando de menos. Ya me pasó algo parecido en Madrid el año anterior, y en ese momento la sensación de adiós era muy parecida e igualmente depresiva. Dudo que me olvide de ellos, de Francesca, de Martina, de Iacopo, de Irene, y del resto de personas que conocí en aquel lejano lugar. Ni de lo bien que me sentí con ellos. Ni de nada.
Gracias por todo. A presto!