lunes, 12 de noviembre de 2012

Hoy ha pasado algo horrible. Bueno, quizá no tan terrible. Pero lo suficiente como para derivar en las consecuencias que tuvo.

Estaba llegando a mi casa, pensando en lo que había ocurrido. Bajé del autobús. Saqué las llaves de mi bolsillo izquierdo, llegando ya a la puerta del residencial.
Me invadió un pensamiento. Muy frío. Muy profundo. Traía celos consigo. Ellos trajeron odio. Él trajo rabia. Ella trajo ira. Y la ira es algo que me resulta muy difícil de combatir. Algo con lo que me topo la mayoría de los días, por lo que ya estoy más que acostumbrado a ella.

Cogí las llaves, y con todas mis fuerzas las estampé contra el suelo. Con ello quería descargar aunque fuera una parte de mi ira. Pero lo único que conseguí fue romper un viejo llavero, al que le tenía mucho cariño.






Todo eso es real, menos el último párrafo. Pensé en tirarlas, estuve a punto, pero pensé que eso sería lo que iba a ocurrir y que no iba a sacar nada de provecho con ello. De alguna manera, he inventado una historia que me ha dado un motivo más para no dejarme llevar por los celos, tan difíciles de contener, pero que hasta ahora siempre los he vencido. Aunque sigan ahí, machacando, yo sigo aguantando. Pero a base de golpes, todas las murallas acaban derrumbándose...

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